El 4 de febrero de 2017 se cumplen 10 años desde que empecé el blog. En la era de internet eso es como si fueran 50 o 60 años. Han pasado muchas cosas, entre ellas hace ya un tiempo que explotó la burbuja bloguera y actualmente prácticamente nadie lee blogs si no son de celebrities y marcas de ropa. Que yo siga con ganas de mantener este espacio me sorprende incluso a mí. He pensado seriamente en cerrar este círculo para empezar otro, pero al final siempre pienso que aunque sólo pasen por aquí cuatro gatos, le debo bastante a Dr. Insermini, y matarlo no me parece muy buena idea. Por el momento. Además, lo que digo y pongo por aquí no es más que una forma de recopilar y ordenar mis ideas sobre cine, y por tanto, va dirigido principalmente a mí. Es mi scrapbook, o tablero, o bloc de notas. Que luego haya quien conecte es siempre agradable. Me hubiera gustado hacer algo con los amigos que he hecho en este tiempo, porque he hecho unos cuantos, y no hace falta que diga que son maravillosos. Como de momento fiesta no va a haber -comprendédlo, mi vida es muy agitada ahora mismo- voy a hablar un poco del que, mirando en perspectiva estos 10 años de Dr. Insermini, ha sido el tema estrella o representa mejor lo que ha terminado siendo este blog. Hablo de los FRAMES. Capturar las películas después de vistas se ha convertido ya en una necesidad, y creo que sólo los que como yo, que sois legión, también capturáis los fotogramas que os apetece de cada película, podéis entender de verdad lo serio y adictivo que es. Cuando veo en algún blog o en los tumblrs esas galerías que recopilan , resumen, capturan la esencia de una película, a veces me quedo tonto. No me interesan los que sólo buscan fotogramas cuquis o el efectismo fácil, que al final es muy previsible, me interesa el punto de vista del que los ha capturado. Si coincide que yo mismo he capturado la misma película recientemente, disfruto viendo cómo el conjunto de fotogramas que ha seleccionado la otra persona da una visión tan diferente de la misma película. Es una impresión mucho más profunda que la que me pueda provocar leer una crítica de cine. Para mí, es algo mucho más vivo y más intrigante comprobar de qué manera tan diferente nos llega una película. Capturar, seleccionar, ordenar los fotogramas y presentarlos en un set es en sí todo un arte o una droga, lo que tú prefieras. De ahí que durante mucho tiempo me haya quedado mudo y no haya querido escribir. Sólo quería desplegar mis sets, que es algo que a mí me divierte mucho más y que preserva todo el misterio y fascinación de la película. Luego cada cual que investigue y decida si quiere ver tal película o no.
Cuando la crítica de cine se ha vuelto tan estéril y aburrida que no hay quien coja una revista o lea una reseña, venga de donde venga, me parece liberador que el capturing tome el relevo. Me interesa más la selección de fotogramas que una persona cualquiera hace de una película que el artículo más sesudo sobre ella. Y seguramente todos esos críticos casposos que tanto aborrezco, que se pierden en su propia fatuidad, que sólo repiten como loros viejos clichés y formalismos que hace mucho que quedaron anticuados, la mayoría de estos señores, están tan pagados de su verbo que ni siquiera se preocupan de cuidar las imágenes que ilustran sus textos, cuando deberían estar preciosamente escogidas y tener un protagonismo central. El capturing como ejercicio y divertimento proclama la muerte del crítico, lo aniquila y lo anula por completo. Preserva por completo el poder de la película, no se lo arrebata y se lo entrega al crítico subido a la atalaya. Lo mismo para esos señores que enseñan cine en las Escuelas. (¡Por favor! Si queréis aprender cine, no vayáis a ninguna escuela!). Una escuela de cine moderna debería iniciar a sus alumnos en el capturing. Es divertido, es una forma de hacer cine sin hacerlo, de impregnarte con su misterio, de evitar quedarse en las dimensiones más bajas, las que tienen que ver con «el argumento», que al final, es lo de menos.
En estos 10 años he capturado cientos de películas, algo que inevitablemente me ha afectado como espectador, me ha llevado a, sin darme cuenta, ampliar la óptica. Nunca he disfrutado tanto del cine como ahora. Puedo ver cualquier película (vale, las de Loach o Bollaín, no) sin aburrirme, quedándome sólo con lo bueno de cada una, admirando detalles a los que antes no prestaba atención. Por ejemplo la de arriba, She Wore a Yellow Ribbon, una película de increíbles colores y detalles, tantos que no te los acabas, sin importar que se haya quedado vieja y ridícula. Con esta nueva óptica, todo el cine se vuelve de repente más interesante, las películas ya no son buenas o malas, eso sólo depende de cómo les pegue la luz en cada momento. Comprended que no detenga por el momento el viaje de Dr. Insermini. Acaba de empezar.