Dame una máscara

Cruel ironía del destino, ha sido netfliz, la vistosa lápida funeraria para el cine tal como lo habíamos conocido, el responsable de traernos esta película de Orson Welles que hasta hace poco pensábamos que nunca íbamos a ver. Y nos ha llegado como eso, como un objeto del siglo XX que la última gran ola de una era anterior ha arrastrado hasta la orilla. Nos llega, eso sí, bien pulida y niquelada. Diría que absurdamente, pero debemos acostumbrarnos a que estas cosas sucedan de vez en cuando. El objeto vintage que ya a nadie le importa pero que queda bien en la estantería y que muestras de pasada a los invitados. Porque a muy poca gente le importa Orson Welles en estos tiempos y mucho menos lo que este tuviera que decir con su último gran proyecto. En su día hubiera ocupado portadas en las principales revistas de cine, hoy el único ruido que ha hecho tiene más que ver con que lo promoviera el gigante del streaming que otra cosa. Desde el principio sentí rechazo hacia toda la operación de traer al mundo The Other Side of the Wind. Estas cosas nunca salen bien. Me cabreaba ver a cuatro matados celebrar en las redes que esto ocurriera. Imbéciles, pensaba. Muerto Orson la operación sólo obedecía a un interés pecuniario de sus herederos y a las ansias de protagonismo de algunos de los implicados en la película. También pensaba que a Orson, desde ahí arriba le fastidiaría ver todo el circo montado y lo peor, ver cómo tantas manos intentaban darle la forma de película a todo lo que él rodó. Luego pensé que no, que a Orson se la traería bastante floja, porque dejadme que os diga una cosa, a los muertos no les importa un carajo lo que pasa en este mundo.

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Ciertamente la película es un desastre, sólo inteligible para los fan-fatales de OW. Los que no lo sean sólo verán un magma de imágenes mareantes regadas por torrenciales diálogos incomprensibles puestos en boca de actores en la senectud. Un artefacto de dos horas duro, duro de ver hasta el final. Los más pedantes dirán que es una obra maestra, los más sensatos le darán al stop a los pocos minutos. Es preciso para poder disfrutar de The Other Side of the Wind estar bastante puesto en las vicisitudes tanto personales como profesionales de la vida de Orson. Sin esas pistas uno estará perdido, frustrado, enfadado. Stop! Stop! Stop!

No digo que los implicados no se hayan esmerado en el montaje de un material tan vasto, pero este empeño estaba condenado a traer al mundo al monstruo de Frankenstein antes que una película de Orson Welles. No está aquí su prodigioso sentido del ritmo que apuntala tan sólidamente su filmografía. El equilibrio entre todos los elementos en juego se viene abajo constantemente. La película se levanta, tropieza y cae. Cae una y otra vez. Su único valor objetivo es mostrarnos todo ese material que permanecía oculto, vislumbrar algún destello de lo que la película podía haber sido si el mago hubiera hecho su magia. Una magia capaz de salvar las peores actuaciones, como las de Oja Kodar o Peter Bogdanovich. Hay que concederle que la película se mantiene en la senda de lo que Orson se propuso y aún descarrilando consigue que visualicemos lo que The Other Side of the Wind podía haber sido.  Antes de cumplir los veinte Orson, el genio, rodó una parodia del cine surrealista tipo El perro andaluz. Al final de su vida quería hacer lo propio con ese cine de autor encumbrado por los críticos. Aquí quería reírse de los Antonioni, Godard, Bertolucci, de los advenedizos que se acercaban a él con dudosas intenciones, de críticos de cine como la repelente Pauline Kael… Quería darse ese gusto y mucho más. El personaje de John Huston, Jake Hannaford es el mismo Orson con una máscara. Y ya lo dijo Oscar Wilde, dale a un hombre una máscara y te mostrará su verdadera cara. Todo el juego orquestado por Orson era tan ambicioso como querer dominar la gravedad, pero ¿no es eso lo que hacen los magos?

Es todo ese juego de máscaras lo que más me ha hecho disfrutar de la película. Ver el profundo descaro de Orson al evocar anécdotas y personajes de su vida. La mejor escena es aquella en la que aparece el Dr. Bradley Pierce Pease Burroughs, claro impersonator de Roger «Skipper » Hill, el mentor de Orson durante su primera adolescencia en la Todd School for Boys. Con la máscara puesta se atreve a decir lo que había negado tantas veces. Y perdonadme si ahora peco de hermético pero las reflexiones más personales y más profundas me las guardo para mí, porque quiero y porque no es este su lugar. Quizá algún día me ponga a desgranarlas como hice en Querido Orson. Antes tengo que ver unas cuantas veces más la película y también el fabuloso documental They’ll Love Me When I’m Dead.

Curioso cómo estando en contra de toda esta operación tan diabólica ha terminado siendo una experiencia valiosa. 

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